La adquisición de la lengua materna es un proceso relativamente rápido, ya que puede decirse que a la edad de 5 años el lenguaje de los niños se asemeja considerablemente a la lengua adulta, en particular en cuanto a sus aspectos fonológicos, morfológicos y sintácticos. Sin embargo, algunas construcciones tardan más tiempo en aparecer. Entre las estructuras tradicionalmente consideradas tardías encontramos las pasivas perifrásticas. Numerosos estudios sobre su adquisición han aportado evidencia positiva en este sentido : Horgan (1978) observa que las oraciones pasivas semánticamente no reversibles del inglés no son comprendidas hasta pasados los 7 años; Berman y Sagi (1981) notan que las pasivas verbales del hebreo son producidas recién a los 10 años y un resultado similar obtuvo Mills (1985) para el alemán. No todos los investigadores están de acuerdo con la postulación de un retraso en la adquisición de estas construcciones; tampoco hay coincidencia en las causas que podrían provocar una emergencia tardía de las mismas. En el único estudio sobre el español hasta la fecha, Pierce (1992) atribuye las dificultades a la maduración lingüística. Con el objeto de investigar la adquisición de estas construcciones realizamos un experimento en tres grupos de niños de 3 a 6 años que están aprendiendo el español argentino como lengua materna. A continuación, presentamos los resultados, al tiempo que discutimos las posibles explicaciones para este patrón de desarrollo.
]]>Como presentó Alejandro Pérez Guarino en el Capítulo 1, la mirada prescriptiva sobre las lenguas está presente en las instituciones que dan cuenta de su uso y en la mayoría de los materiales que se producen para un público amplio. Bien sabido es que este tipo de acercamiento a las lenguas tiene consecuencias poco felices sobre la autoestima lingüística de los hablantes de variedades que se alejan de lo aceptado y recomendado. Pero también es cierto que esta perspectiva carece de cientificidad: que “vaca” se escriba con “v” no constituye exactamente lo que denominamos una hipótesis científica. Afortunadamente, hace mucho tiempo ya que las lenguas se abordan desde perspectivas científicas que intentan comprender, por ejemplo, por qué los hablantes de una variedad empleamos determinadas construcciones y no otras en ciertos contextos discursivos, qué redes conceptuales subyacen a la elección de un marco predicativo por sobre otro, o qué mecanismos formales están en juego cuando alteramos el orden de palabras. Cada uno de los tres aspectos mencionados (el uso discursivo, la conceptualización y la atención en lo formal) se vinculan directamente con los tres grandes enfoques teóricos más conocidos en la actualidad: la Lingüística Sistémico Funcional; la Lingüística Cognitiva y la Gramática Generativa, respectivamente. Si bien estos enfoques tienen objetivos diferentes, los tres procuran alcanzar científicamente un mayor conocimiento sobre el lenguaje, ya sea que lo conciban de manera independiente o como parte indisociable de otros sistemas.
Como imaginarán por el título de este capítulo, nosotros nos vamos a detener en la perspectiva formal y a lo largo de estas páginas buscaremos dar respuesta a la pregunta sobre el “para qué” de estudiar las lenguas desde este enfoque o, mejor aún, para qué “lingüistiquearla” formalmente. ¿Qué quiere decir lingüistiquearla formalmente? Cuando hablamos de lingüística formal nos referimos a un enfoque que procura establecer formalizaciones sobre las lenguas para reconocer las propiedades de lo que se denomina facultad del lenguaje. Es decir, buscamos saber qué características tiene este objeto de estudio, qué aspectos están estrechamente vinculados con él —pero no son estrictamente parte del mismo sistema, sino que involucran otras facultades o habilidades1—, cuáles son las reglas combinatorias involucradas y en qué lugares ocurren los fenómenos de variación. Así, por ejemplo, ante una construcción como a lingüistiquearla, un enfoque formal procurará determinar los segmentos que la componen, cómo se vinculan entre sí, qué rasgos presentan, por qué esos y no otros, qué reglas subyacen a la combinación de esos segmentos, si esa regla es productiva, etc., etc. (remitimos al Capítulo 1 de ¡A lingüistiquearla! para encontrar algunas respuestas). Como intentaremos mostrar, esta manera de acercarse a las lenguas nos permite desarticular mitos y prejuicios y, al mismo tiempo, nos brinda herramientas para revisar y mejorar nuestras prácticas de investigación y de docencia.
Antes de seguir, un aviso para los lectores. Nuestros “para qué” no surgirán de un recorrido que intente mostrar que este enfoque es mejor que los otros dos que mencionamos en el primer párrafo, en absoluto. Si temen eso, tranquilos... No sucederá. Nuestro propósito es, en realidad, considerar los objetivos de un enfoque formal y los aportes que ha hecho y puede hacer por el tipo de metodología que sigue. Nuestras energías no están puestas en argumentar en contra de otros recorridos teóricos, sino que van dirigidas a argumentar en contra de los abordajes acientíficos, es decir, aquellos que surgen de prejuicios o mitos y que conducen directamente a la discriminación lingüística, con todas sus consecuencias. Ahora sí, después de esta aclaración necesaria, vamos al punto.
Nuestro objetivo en este capítulo es introducir algunos de los grandes problemas que han estructurado las indagaciones y las discusiones de la lingüística formal a lo largo de muchos años. Concretamente, nos gustaría concentrarnos en algunas cuestiones relacionadas a la adquisición y la variación, para luego adentrarnos en la relación entre la estructura argumental y el orden de palabras/constituyentes, todos aspectos que serán retomados de manera más o menos directa en los próximos capítulos. ¡Empecemos!
Como presentó Alejandro Pérez Guarino en el Capítulo 1, la mirada prescriptiva sobre las lenguas está presente en las instituciones que dan cuenta de su uso y en la mayoría de los materiales que se producen para un público amplio. Bien sabido es que este tipo de acercamiento a las lenguas tiene consecuencias poco felices sobre la autoestima lingüística de los hablantes de variedades que se alejan de lo aceptado y recomendado. Pero también es cierto que esta perspectiva carece de cientificidad: que “vaca” se escriba con “v” no constituye exactamente lo que denominamos una hipótesis científica. Afortunadamente, hace mucho tiempo ya que las lenguas se abordan desde perspectivas científicas que intentan comprender, por ejemplo, por qué los hablantes de una variedad empleamos determinadas construcciones y no otras en ciertos contextos discursivos, qué redes conceptuales subyacen a la elección de un marco predicativo por sobre otro, o qué mecanismos formales están en juego cuando alteramos el orden de palabras. Cada uno de los tres aspectos mencionados (el uso discursivo, la conceptualización y la atención en lo formal) se vinculan directamente con los tres grandes enfoques teóricos más conocidos en la actualidad: la Lingüística Sistémico Funcional; la Lingüística Cognitiva y la Gramática Generativa, respectivamente. Si bien estos enfoques tienen objetivos diferentes, los tres procuran alcanzar científicamente un mayor conocimiento sobre el lenguaje, ya sea que lo conciban de manera independiente o como parte indisociable de otros sistemas.
Como imaginarán por el título de este capítulo, nosotros nos vamos a detener en la perspectiva formal y a lo largo de estas páginas buscaremos dar respuesta a la pregunta sobre el “para qué” de estudiar las lenguas desde este enfoque o, mejor aún, para qué “lingüistiquearla” formalmente. ¿Qué quiere decir lingüistiquearla formalmente? Cuando hablamos de lingüística formal nos referimos a un enfoque que procura establecer formalizaciones sobre las lenguas para reconocer las propiedades de lo que se denomina facultad del lenguaje. Es decir, buscamos saber qué características tiene este objeto de estudio, qué aspectos están estrechamente vinculados con él —pero no son estrictamente parte del mismo sistema, sino que involucran otras facultades o habilidades1—, cuáles son las reglas combinatorias involucradas y en qué lugares ocurren los fenómenos de variación. Así, por ejemplo, ante una construcción como a lingüistiquearla, un enfoque formal procurará determinar los segmentos que la componen, cómo se vinculan entre sí, qué rasgos presentan, por qué esos y no otros, qué reglas subyacen a la combinación de esos segmentos, si esa regla es productiva, etc., etc. (remitimos al Capítulo 1 de ¡A lingüistiquearla! para encontrar algunas respuestas). Como intentaremos mostrar, esta manera de acercarse a las lenguas nos permite desarticular mitos y prejuicios y, al mismo tiempo, nos brinda herramientas para revisar y mejorar nuestras prácticas de investigación y de docencia.
Antes de seguir, un aviso para los lectores. Nuestros “para qué” no surgirán de un recorrido que intente mostrar que este enfoque es mejor que los otros dos que mencionamos en el primer párrafo, en absoluto. Si temen eso, tranquilos... No sucederá. Nuestro propósito es, en realidad, considerar los objetivos de un enfoque formal y los aportes que ha hecho y puede hacer por el tipo de metodología que sigue. Nuestras energías no están puestas en argumentar en contra de otros recorridos teóricos, sino que van dirigidas a argumentar en contra de los abordajes acientíficos, es decir, aquellos que surgen de prejuicios o mitos y que conducen directamente a la discriminación lingüística, con todas sus consecuencias. Ahora sí, después de esta aclaración necesaria, vamos al punto.
Nuestro objetivo en este capítulo es introducir algunos de los grandes problemas que han estructurado las indagaciones y las discusiones de la lingüística formal a lo largo de muchos años. Concretamente, nos gustaría concentrarnos en algunas cuestiones relacionadas a la adquisición y la variación, para luego adentrarnos en la relación entre la estructura argumental y el orden de palabras/constituyentes, todos aspectos que serán retomados de manera más o menos directa en los próximos capítulos. ¡Empecemos!
Dicen los entendidos que cuando uno empieza a lingüistiquearla no puede detenerse. Y parece que hemos caído rendidos ante ese embrujo. Por eso, estamos aquí otra vez, reincidiendo con este libro y muchos de ustedes, reincidiendo en la lectura, para quizás, en algún momento, animarse también con la escritura.
Las preguntas sobre el porqué que caracterizan la presentación de nuestro libro ¡A lingüistiquearla! intentaban mostrar cuáles eran nuestras motivaciones para decidir contar lo que contamos y hacerlo de la manera en la que lo hicimos. Claro que preguntar por qué incluía de alguna manera el para qué, pero nos daba un margen para quitar lo racional y centrarnos en respuestas más emocionales. Los capítulos de ¡A lingüistiquearla! buscaban sacar nuestro trabajo de “la cueva” académica. Con el presente libro, sin embargo, no solo vamos a lingüistiquearla, sino que, principalmente, vamos a preguntarnos para qué hacerlo.
La pregunta por el para qué es sumamente molesta. A nadie que está contando lo que estudia o investiga le resulta agradable que le pregunten para qué lo hace. Y, seamos sinceros, preguntar por el para qué de una investigación o de una disciplina muchas veces esconde la afirmación de que esa labor y ese campo del conocimiento no sirven de gran cosa (¿quién se lo preguntaría a alguien que está investigando el tratamiento de alguna enfermedad, por ejemplo?). Así, cuando surge la pregunta del para qué, la respuesta lejos está de ser obvia.
Como sea, esa pregunta nos saca de la “zona de confort” y, como dice el gran divulgador de las matemáticas Eduardo Sáenz de Cabezón (búsquenlo en YouTube si no lo conocen), puede generar dos reacciones: una de ataque y otra defensiva. Quienes reaccionan con el ataque plantean que esa pregunta no tiene sentido, que la disciplina se justifica en sí misma y que no hay razón para ir por la vida buscándole aplicaciones a todo. En cambio, quienes se ponen a la defensiva plantean que o bien la utilidad de una disciplina nos resulta invisible precisamente porque es tan constitutiva de todo y tan omnipresente que solo algunos llegan a percibir dicha utilidad, o bien porque la disciplina tiene un fin en sí misma y entonces es la pregunta del para qué la que está fuera de lugar.
Es probable que quienes escribimos este libro hayamos reaccionado de una u otra forma ante esa pregunta que nos incomoda. Pero como esa pregunta resulta ineludible, decidimos pararnos frente al espejo, mirarnos fijamente y preguntarnos “¿para qué?”. Cada quien con lo que investiga, cara a cara. Y comenzamos a movernos, a sacudirnos, a incomodarnos. No una, sino muchas veces, con cada oración, con cada párrafo, con cada relectura nos desarmamos, para volver al ruedo.
Alejandro en el Capítulo 1 se pregunta para qué volver una y otra vez sobre el rol de las academias de la lengua y el peso de la normativa. En el Capítulo 2, Matías y María buscan explicar la finalidad de acercarse al estudio de las lenguas desde una perspectiva formal. Teresa en el Capítulo 3 nos sumerge en el para qué de recuperar consideraciones gramaticales en el abordaje del español como lengua adicional y Rocío, en el Capítulo 4, se maravilla ante una -s compartiendo sus reflexiones sobre los fines detrás de las discusiones sobre este elemento en la enseñanza del inglés. También en relación con la enseñanza del inglés, Rosi en el Capítulo 5, y Andrea en el Capítulo 6, argumentan sobre la finalidad de un análisis detallado de lo que se conoce como alternancia dativa y construcciones pasivas, respectivamente. Silvia, en el Capítulo 7, narra los para qué de sus estudios sobre construcciones resultativas, mientras que Sol y Natasha analizan en el Capítulo 8 las razones de abordar la traducción desde una perspectiva formal. En el Capítulo 9, José plantea para qué estudiar desde una perspectiva lingüística la región patagónica y María, en el Capítulo 10, responde al para qué de investigar una lengua “muerta” que nos sigue hablando siglos después. El mismo proceso de escritura, acompañado por las lecturas y relecturas de ojos propios y ajenos, fue dándose en paralelo al encuentro con las respuestas a nuestros para qué.
Tal vez las consideraciones y las razones que aparecen esbozadas en nuestros capítulos no sean lo suficientemente persuasivas y a una respuesta nuestra seguramente se pueden encadenar nuevos y más refinados para qué. No pasa nada. Cuando pensamos en el para qué de escribir este libro —sí, también nos preguntamos eso— no estuvo entre nuestros objetivos iniciales convencer a nadie. Nuestra reacción ante este nuevo desafío fue, en realidad, el entusiasmo creciente por construir respuestas genuinas.
Ciertamente, en el camino fuimos dando forma a las razones para investigar cada uno de los temas que abordamos en este libro. Sin embargo, a medida en que estas razones iban configurando un cuerpo orgánico y (más o menos) coherente, comprendimos de una manera más tangible y cabal que la pregunta del para qué tiene 9 además una fuerte impronta ética. Si la pregunta por el para qué está presente en el horizonte, nuestras investigaciones, creemos, no perderán de vista el vínculo necesario con los problemas, demandas y desafíos que existen en las distintas comunidades y grupos sociales de los que formamos parte. En última instancia, es la pregunta para qué, tan molesta como movilizante, la que permite que la investigación sea, junto con la extensión y la docencia, uno de los pilares sobre los que se asienta la universidad pública en nuestro país.
La búsqueda de ese para qué, entonces, y los avatares del camino recorrido dieron origen a las páginas que siguen. Por supuesto, no fue fácil responderle al espejo, pero creemos que el recorrido valió la pena.
Este trabajo forma parte del Proyecto J030: "Adquisición, cambio y contacto lingüístico. Aspectos teóricos, descriptivos y pedagógicos,”. Facultad de Lenguas. Universidad Nacional del Comahue.
Dicen los entendidos que cuando uno empieza a lingüistiquearla no puede detenerse. Y parece que hemos caído rendidos ante ese embrujo. Por eso, estamos aquí otra vez, reincidiendo con este libro y muchos de ustedes, reincidiendo en la lectura, para quizás, en algún momento, animarse también con la escritura.
Las preguntas sobre el porqué que caracterizan la presentación de nuestro libro ¡A lingüistiquearla! intentaban mostrar cuáles eran nuestras motivaciones para decidir contar lo que contamos y hacerlo de la manera en la que lo hicimos. Claro que preguntar por qué incluía de alguna manera el para qué, pero nos daba un margen para quitar lo racional y centrarnos en respuestas más emocionales. Los capítulos de ¡A lingüistiquearla! buscaban sacar nuestro trabajo de “la cueva” académica. Con el presente libro, sin embargo, no solo vamos a lingüistiquearla, sino que, principalmente, vamos a preguntarnos para qué hacerlo.
La pregunta por el para qué es sumamente molesta. A nadie que está contando lo que estudia o investiga le resulta agradable que le pregunten para qué lo hace. Y, seamos sinceros, preguntar por el para qué de una investigación o de una disciplina muchas veces esconde la afirmación de que esa labor y ese campo del conocimiento no sirven de gran cosa (¿quién se lo preguntaría a alguien que está investigando el tratamiento de alguna enfermedad, por ejemplo?). Así, cuando surge la pregunta del para qué, la respuesta lejos está de ser obvia.
Como sea, esa pregunta nos saca de la “zona de confort” y, como dice el gran divulgador de las matemáticas Eduardo Sáenz de Cabezón (búsquenlo en YouTube si no lo conocen), puede generar dos reacciones: una de ataque y otra defensiva. Quienes reaccionan con el ataque plantean que esa pregunta no tiene sentido, que la disciplina se justifica en sí misma y que no hay razón para ir por la vida buscándole aplicaciones a todo. En cambio, quienes se ponen a la defensiva plantean que o bien la utilidad de una disciplina nos resulta invisible precisamente porque es tan constitutiva de todo y tan omnipresente que solo algunos llegan a percibir dicha utilidad, o bien porque la disciplina tiene un fin en sí misma y entonces es la pregunta del para qué la que está fuera de lugar.
Es probable que quienes escribimos este libro hayamos reaccionado de una u otra forma ante esa pregunta que nos incomoda. Pero como esa pregunta resulta ineludible, decidimos pararnos frente al espejo, mirarnos fijamente y preguntarnos “¿para qué?”. Cada quien con lo que investiga, cara a cara. Y comenzamos a movernos, a sacudirnos, a incomodarnos. No una, sino muchas veces, con cada oración, con cada párrafo, con cada relectura nos desarmamos, para volver al ruedo.
Alejandro en el Capítulo 1 se pregunta para qué volver una y otra vez sobre el rol de las academias de la lengua y el peso de la normativa. En el Capítulo 2, Matías y María buscan explicar la finalidad de acercarse al estudio de las lenguas desde una perspectiva formal. Teresa en el Capítulo 3 nos sumerge en el para qué de recuperar consideraciones gramaticales en el abordaje del español como lengua adicional y Rocío, en el Capítulo 4, se maravilla ante una -s compartiendo sus reflexiones sobre los fines detrás de las discusiones sobre este elemento en la enseñanza del inglés. También en relación con la enseñanza del inglés, Rosi en el Capítulo 5, y Andrea en el Capítulo 6, argumentan sobre la finalidad de un análisis detallado de lo que se conoce como alternancia dativa y construcciones pasivas, respectivamente. Silvia, en el Capítulo 7, narra los para qué de sus estudios sobre construcciones resultativas, mientras que Sol y Natasha analizan en el Capítulo 8 las razones de abordar la traducción desde una perspectiva formal. En el Capítulo 9, José plantea para qué estudiar desde una perspectiva lingüística la región patagónica y María, en el Capítulo 10, responde al para qué de investigar una lengua “muerta” que nos sigue hablando siglos después. El mismo proceso de escritura, acompañado por las lecturas y relecturas de ojos propios y ajenos, fue dándose en paralelo al encuentro con las respuestas a nuestros para qué.
Tal vez las consideraciones y las razones que aparecen esbozadas en nuestros capítulos no sean lo suficientemente persuasivas y a una respuesta nuestra seguramente se pueden encadenar nuevos y más refinados para qué. No pasa nada. Cuando pensamos en el para qué de escribir este libro —sí, también nos preguntamos eso— no estuvo entre nuestros objetivos iniciales convencer a nadie. Nuestra reacción ante este nuevo desafío fue, en realidad, el entusiasmo creciente por construir respuestas genuinas.
Ciertamente, en el camino fuimos dando forma a las razones para investigar cada uno de los temas que abordamos en este libro. Sin embargo, a medida en que estas razones iban configurando un cuerpo orgánico y (más o menos) coherente, comprendimos de una manera más tangible y cabal que la pregunta del para qué tiene 9 además una fuerte impronta ética. Si la pregunta por el para qué está presente en el horizonte, nuestras investigaciones, creemos, no perderán de vista el vínculo necesario con los problemas, demandas y desafíos que existen en las distintas comunidades y grupos sociales de los que formamos parte. En última instancia, es la pregunta para qué, tan molesta como movilizante, la que permite que la investigación sea, junto con la extensión y la docencia, uno de los pilares sobre los que se asienta la universidad pública en nuestro país.
La búsqueda de ese para qué, entonces, y los avatares del camino recorrido dieron origen a las páginas que siguen. Por supuesto, no fue fácil responderle al espejo, pero creemos que el recorrido valió la pena.
Este trabajo forma parte del Proyecto J030: "Adquisición, cambio y contacto lingüístico. Aspectos teóricos, descriptivos y pedagógicos,”. Facultad de Lenguas. Universidad Nacional del Comahue.
El equipo lingüistiquero ….. pág. 11
1) HABLAR BIEN. ¿NO CUESTA NADA? PARA QUÉ REVISAR CRÍTICAMENTE LAS OBRAS NORMATIVAS